Parecía un viaje de placer. Un despegue algo brusco, y con cierto aire en
contra hizo que el inicio fuera algo lento. Pero sorteados los primeros
impedimentos, con viento a favor, y un ambiente del todo despejado, el avión
puso rumbo a velocidad de crucero hacia su destino. Un destino que parecía iba
a ser alcanzado con mucha antelación versus el horario previsto.
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El pasaje viajaba confiado. Entre risas y bromas parecía que lo que
acostumbraba a ser una larga travesía plagada de dificultades, iba a ser esta
vez una anodina aventura con final feliz. El piloto, que debutaba como
comandante de la nave, parecía solvente, incluso en ocasiones más que su
antecesor. Su copiloto, al igual que él en anteriores travesías, permanecía en
segundo plano, apoyando en las tareas que se le requerían.
Y en mitad de la travesía un giro inesperado en forma de enfermedad del
comandante, pareció distorsionar el placentero trayecto. Pero sin nubes ni
tormentas, el avión seguía su curso de forma anodina, y parecía que incluso en
modo “piloto automático” sería capaz la compañía de cumplir con los horarios
previstos
Pero cómo en cualquier viaje de larga duración el tiempo cambió, y las
nubes se tornaron negras, el aire sopló violentamente en contra, y el avión
entra en una gran tormenta, que llena de turbulentas le hace vibrar. Y así, aquello
que hasta entonces se había transcurrido sin sobresaltos se convierte en un
suplico para la nave azul y grana, ahora ya en manos del segundo, viendo que la
indisposición del comandante ha ido a más.
El pasaje, acostumbrado a los parabienes de las horas previas, no parece
darle demasiado importancia a los primeros vaivenes, intuyendo que éstos serán
ocasionales, confiando plenamente tanto en lo magnánimo del tiempo, que hasta
el momento había ofrecido dificultades, cómo en la capacidad del nuevo piloto y
su equipo. La calma se instala a la espera del transcurrir de la tormenta.
Pero esta no finaliza, y lo que parecía la antesala de una ligera vibración,
es ahora un vuelo lleno de dificultades que amenaza no ya sólo los pronósticos iniciales
que hablaban de un éxito antes de tiempo, si no incluso se habla de una posible
debacle en forma de aterrizaje de emergencia. Parece que son pocos los que confían
en el nuevo comandante y su equipo, y ya se oyen voces al fondo del inmenso
aparato que auguran la tragedia.
Es el momento de la calma. Es el momento en que todos apoyen al que guía la
nave. Es el momento en que piloto, equipo y pasaje confíen en sus propias
posibilidades y dejen de escuchar las órdenes, que con toda la buena intención
les envían desde una lejana torre de control. Sólo “in situ” se sabe la magnitud
de la tormenta, se aprecian las acometidas del aire y las necesidades de tomar
las decisiones de forma directa y no diferida.
Sólo así, confiando en el que actualmente está al mando, el runrún continuo
que todavía se oye de fondo desaparecerá. Ya habrá tiempo, cuando el titular
del aparato se recupere, que éste tome el mando. No convirtamos un estupendo
viaje en un tortuoso camino. Y recordemos que en cualquier travesía lo
importante es llegar.
Sentémonos todos en nuestra butaca y otorguemos nuestra tranquilidad a los
que comandan este inmenso aparato. No nos movamos, chillemos y gritemos
dificultando así las maniobras que permitirán salir al aparato con el morro
alzado de las nubes negras que le rodean.
El parte meteorológico habla de una nueva tormenta que se acerca desde Italia, con viento de Levante, y presagia nuevas ventiscas de
cara. Sólo entrando en ella a todo trapo, y conduciendo con firmeza se podrá
superar. Una vez hecho, parece, y digo parece, que el panorama se aclara, y el
pasaje podrá volver a disfrutar de la travesía. Seguro que los negros
nubarrones se aclaran y el sol vuelve a lucir. La primavera está próxima.
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