Supongo que todos en alguna ocasión os habéis montado en una montaña rusa,
y a su vez, experimentado el vaivén de sensaciones que, ahora arriba, ahora
abajo, producen los continuos cambios gravitatorios
por los que se caracterizan este tipo de atracciones. A la placidez de la
subida inicial, escuchando el traqueteo de las vagonetas, y el runrún del motor
de arrastre, se une un cosquilleo en el estómago antes de la inminente bajada.
La tranquilidad y el placer de un paisaje en el horizonte, dejará paso a la
convulsión de un sinfín de bucles y maniobras, que hacen que a nuestro cerebro
le sea difícil interpretar en que situación nos encontramos. A la euforia de
observar la primera de las rampas, se le sucede el vértigo y la incertidumbre
del que se enfrenta por primera vez a un trayecto vertiginoso y sin control.
Arriba y abajo, euforia y vértigo, miedo y tensión se suceden sin apenas dar
tiempo a la pausa entre cada una de estas sensaciones.
Y en eso estamos los culés, un día arriba, observándolo todo desde las
alturas, Desde una posición de privilegio que nos permite observar a nuestros
rivales desde la placidez del saber que todo está dominado. Líderes durante una
sucesión récord de jornadas, pronosticaban un campeonato liguero sin apenas
sobresaltos, esperando la llegada de las fuertes emociones que nos depararía la
Champions. Y otros días abajo, en los que un revolcón por un giro inesperado,
nos mete el miedo en el cuerpo, y hace que se tambaleen todos aquellos
conceptos que apenas momentos atrás creíamos tan seguros.
Un día la euforia se instala en todos los medios y círculos culés, pensando
que el equipo y su cuerpo técnico han dado con la tecla adecuada en la
confección de un once de garantías, y una táctica de juego. Y al siguiente,
unas rotaciones, que hasta el momento se habían constituido cómo la mejor de
las apuestas, para garantizar llegar al tramo final de la temporada con todos
los integrantes al máximo de su fuerzas, se convierten en un arma en contra a
tenor del revolcón de nuestro último partido de Liga en Anoeta. Revolcón que se une a una fase ya general de desconcierto
que hace que en este 2014 que apenas comienza el equipo se haya dejado por el
camino la nada despreciable suma de diez puntos, y que en una hipotética Liga
anual le colocaría en una tercera posición harto compartida, y alejado a una distancia
casi insalvable de ocho puntos con el máximo rival, generando el vértigo usual
que este tipo de situación nos provoca.
Hay momentos en el que el equipo es reconocible, y nos muestra su mejor
versión apabullando al rival de turno. Pero hay otros en los que desaparece y
muestra signos de debilidad que creíamos ya desterrados. Hay fases de la
temporada en las que no hemos sentido imbatibles, y otros, como la actual, en
la que parece que cualquier balón que ronda las inmediaciones de nuestra área
es sinónimo de gol. Y si ese balón dibuja una estela en forma de centro, la
sensación de vértigo se acrecienta, y ya casi es mejor cerrar los ojos a la
espera del desenlace final de la jugada.
Aunque en mi opinión, un denominador común se extiende en cada una de las
actuaciones del equipo, independientemente del resultado. Y es la falta de
intensidad. Parecen los azulgrana todavía afectados por el rapapolvo alemán de
finales de la temporada pasada, en las que un equipo fundido se las tuvo que
ver con la mayor de las amenazas en esa fase del campeonato. No hará falta
recordar aquí el resultado, pero parece, que en el subconsciente de cada uno de
los integrantes de este plantel ha quedado grabado ese momento, y ya sea
mediante la aplicación de la dosificación de esfuerzos en el once titular, ya
sea mediante el ahorro de fuerzas en los mismos partidos, el equipo hoy por hoy
no se encuentra del todo preparado para una confrontación física del máximo
nivel.
Y así, con un equipo mucho más estirado de lo habitual, y con un centro del
campo obligado a correr muchos más metros entre la separación que existe entre
defensas y atacantes, los azulgrana sufren en cuanto el rival tiene el balón.
Sufre en esa franja que oscila entre el treinta y treinta y cinco por ciento de
porcentaje en la que hay que defender, en la que hay que presionar, en la que
hay que ser solidario. Y parece que, proveyendo que lo mejor está por llegar,
se rebaja el listón de exigencia en cada uno de los esfuerzos individuales. Se
relajan las marcas, se rebaja el índice de presión, y se basa todo a los veinte
o veinte cinco minutos en los que los jugadores se “ponen las pilas”, y deciden
que ese es el momento del partido. Partidos de apenas media hora, diluyendo el
resto en puro trámite.
Esperemos que el final de este trayecto de altos y
bajos nos conduzca a un final, que al igual que en la famosa atracción, una vez
puestos los pies en el suelo, y con la pausa de la parada, nos permita apreciar
la realidad del momento, y que a pesar de los sinsabores sufridos, las sensaciones
finales de emoción e incertidumbre nos dejen el recuerdo de que al a la postre,
todo ha valido la pena.
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1 comentarios:
pues no se si estan guardando algo, pero considerando la cantidad de suplentes que habia en el campo yo esperaria lo contrario, gente que se deje el higado para mostrar que vale para ser parte de este equipo..... o quiza los titulares en campo no les gusta esta politica y le hacen la cama al tata para que ya no rote algunos jugadores, no se... pero todo apunta a que al tata le falta mano para asir con firmeza un timon tan pesado.
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