La maldición del nueve

Desde que Guardiola está en el banquillo cada uno de los portadores de este mítico número han abandonado el equipo. Será capaz Aléxis de romper con esta maldición?

Cesc Fábregas. Punto Final?

Después de tres años con noticias repetitivas sobre su contratación, parece que al final este año se dan las condiciones para su vuelta

La profecía de Van Gaal

Hace un tiempo, Van Gaal, hizo una profecía, queréis saber cual es?

Mourinho, una táctica diferente

Mourinho se caracteriza por explotar al máximo el entorno que rodea la disputa de un partdo.

Cruyff, dos inicios. Una historia.

La llegada de Cruyff al Barcelona supuso una revolución, tanto en su etapa como jugador, como en la de entrenador.

lunes, 30 de abril de 2012

El rey ha muerto, viva el rey.

El rey ha muerto, viva el rey, es un lema o grito que se emplea como expresión ritual en la sucesión de las nomarquías, especialmente en el reino de Francia (Le roi est mort, vive le roi) y en la corona británica (The King is dead, long live the King).
 
Con tal lema se pretendía evitar la peligrosa situación política que se plantea en un interregno, además de servir como última ocasión de vitorear al rey fallecido y primera ocasión de hacerlo con el nuevo rey. Y desde el viernes, y viendo la rapidez con la que se sucedieron los acontecimientos, no veo otra frase que defina, aunque sea de forma metafórica, la situación actual en Can Barça.
 
Y es que mal que les pesé a algunos, el reinado de Pep en estos cuatro años ha sido indiscutible. Desde que un treintañero se presentó en el Camp Nou con la profética frase “Agárrense los cinturones, porqué tengo la sensación que nos vamos a divertir”, los súbditos culés no hemos parado de disfrutar, y porqué no decirlo, babear, ante una catarata de juego y títulos que nadie podía imaginar. Nadie pensaba, que aquel joven entrenador, sin apenas experiencia y con un simple año de bagaje en la Segunda B, iba a expandir el imperio blaugrana por el mundo, derrotando a las antiguas supremacías que reinaban hasta entonces en el planeta.

Y cual vasallos, los seguidores azulgranas nos pusimos en manos del nuevo Rey, y acatamos cualquiera de sus decisiones como buenas, sabiendo que todas ellas iban a ser tomadas en beneficio del pueblo. Decisiones valientes, como lo fueron prescindir de Ronnie y Deco sólo ocupar el cargo. Decisiones arriesgadas como fue dejar marchar a un Eto’o en plenitud goleadora. Decisiones incomprensibles, como fue el rechazo de Ibra con tan sólo un año en el equipo. Todas ellas aceptadas, y a pesar de alguna crítica surgida, todas ellas asumidas. Todo a cambio por la perpetuidad de un sistema de juego y valores que todavía hoy hacen del equipo azulgrana, a pesar de los reveses sufridos esta última semana, el mejor del mundo. El gusto por el juego de toque, el cuidado de la cantera, el mimo de las jerarquías del vestuario, las formas cuidadas en la imagen y el lenguaje, han hecho de Pep un ícono de la historia azulgrana.

Una historia, la suya, que ha sido breve. Una historia intensa, vivida al cien por cien, y que le ha llevado a vaciarse de tal forma que el final ha llegado antes de lo que muchos hubiéramos deseado. Ha sido víctima Guardiola de su propio éxito, el cual le llevó en su primera temporada a conseguir un hito nunca logrado en la historia del fútbol. La consecución de forma consecutiva de todos los títulos puestos en juego. Seis títulos, seis trofeos que se pasearon de forma gloriosa por todo el territorio culé, como muestra de la supremacía lograda.

A partir de ese momento, cualquier otro hito nunca alcanzaría los logros de ese primer año. Cualquier temporada posterior sólo podría igualar esa primera. Cualquier derrota culé sería vista como un paso atrás en un equipo que lo había ganado TODO, absolutamente TODO. Y a ello se lanzaron jugadores y técnicos. Y año tras año, con unos niveles de exigencia brutales, se asumía que el objetivo debía ser cada uno de los títulos puestos en juego. No había períodos intranscendentes, no había títulos menores, no había partidos de trámite. Y así, poco a poco, el equipo se ha ido desgastando, y con él, su máximo representante.

Han sido cuatro años no sólo de fútbol. Han sido cuatro años de sentimientos y golpes duros. La enfermedad de Abidal, la de Tito Vilanova, la lesión de Villa, los enfrentamientos con Ibra, la presión de la prensa, la tensión de los clásicos, que han sido llevados a una dimensión de intensidad y disputa no vista hasta la fecha, las tertulias nocturnas que amparándose en la oscuridad, intentaban acabar con el que veían el máximo responsable de la perdida de esplendor blanca, los fines de ciclo... Ahora sí, Hermel, ahora sí. Fin del ciclo de Pep. Estará por ver si el del Barça.

Todos hechos y causas que han dejado exhausto al Rey. Y el Rey ha abdicado. Y ha abdicado en un momento crítico. En la semana más dura que se recuerda en esos cuatro años de gloria. En la semana en la que la pérdida de dos partidos ha supuesto el decir adiós a los dos principales títulos del año. En la semana en la que se constata que esta será la peor temporada en palmarés en número de trofeos llevados a las vitrinas del Museo.

Y así ha puesto en bandeja de plata a sus detractores el argumento propicio para un último ataque. Sinceramente creo que aquí Pep se ha equivocado. No en la decisión sino en el momento de anunciarla. Tenía que haber previsto que esta situación se podía dar, y que la demora del anuncio de su final, podía verse asociada con la derrota. Y así, la lectura que asociaría su marcha con el primer periodo de derrotas del equipo, haría que sus detractores vendieran la imagen de abandonar a la institución en su peor momento.

Al resto, sólo nos quedan palabras de agradecimiento hacia su gestión, dedicación y obra. Una obra que nos ha mostrado como de bonito puede ser este deporte, y que ha llevado a la institución a cotas a las que nadie ha llegado nunca. Ahora, su sucesor, Tito Vilanova, tendrá la misión de preservarla, y desde su propio criterio volver a la conquista de los territorios perdidos en las últimas batallas. La reconquista ha empezado. Y el nuevo Rey tiene las fuerzas intactas. Larga vida al Rey.


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jueves, 26 de abril de 2012

Historia de una obsesión

Creo que fue Mourinho, el que con motivo de la eliminación del Barça a manos de su Inter Milán habló de obsesiones. Obsesiones que tenían que ver con el deseo azulgrana de proclamarse campeón en el Santiago Bernabeu. Con el ansía culé de conseguir aquello que más desea su rival en su propia casa. Obsesión por pasearse en Madrid con el título que más desean los blancos.

Y es precisamente este título el que ahora se les ha negado. Vive el portugués obsesionado con su palmarés, con su currículum, con su historia. Viven los blancos obsesionados por añadir dígitos a sus conquistas. No se habla nunca de la conquista de la Champions, sino de la acumulación de trofeos y más trofeos que muestre no ya sólo la supremacía en una temporada, sino a lo largo de toda una historia. La septima, la octava,.., y ahora la décima.  Pero los dos dígitos ahora se les resisten, y eso que esta temporada, como vulgarmente se dice, “lo han tenido a huevo”.

Oportunidad casi única de llegar a la final después de la disputa de una competición que les ha deparado un calendario de lo más asequible, y sin apenas equipo de nivel a los que enfrentarse. Este no es un demérito blanco, por supuesto, sólo es la contestación de un hecho, que ha permitido a los de Chamartín llegar a semifinales sin apenas despeinarse, sin apenas sufrimiento.

La décima se acercaba. La décima era el gran objetivo de la temporada. La décima llenaba las portadas de periódicos y webs a cada triunfo blanco. La décima, la décima, la décima…

No negaré que no me alegré por el triunfo de los alemanes, aunque también he de reconocer que después del traspié de los azulgranas el martes pasado. viví con bastante indiferencia el choque de los blancos, y apenas le presté atención hasta los segundos cuarenta y cinco minutos. No me esconderé y también diré que esperaba con nervios el desenlace de los penaltys, y que el primer fallo de Cristiano Ronaldo en el lanzamiento, puso mis sistemas de alerta sobre aviso y me despertó del sopor en el que me había sumido el partido.

Sopor que vino dado por un partido en el que se instauró el miedo a perder después de establecerse el definitivo dos a uno, que llevó a la muerte súbita desde los once metros. Nada sucedió a partir de entonces. La presión atenazó los piernas de los jugadores, y el encuentro entró en una fase de somnolencia que se alargó por noventa minutos, los que fueron desde el minuto treinta de la primera parte a la finalización de la prórroga.

Noventa minutos en los que no se le puede recordar una sola parada al portero alemán, Neuer. Noventa minutos de mayor dominio alemán en campo ajeno. Noventa minutos en los que si alguien tuvo alguna oportunidad fueron ellos, pero en los que sólo las limitaciones técnicas de su delantero estrella Mario Gómez evitaron un desenlace antes de tiempo. Tiene narices leer que este delantero es uno de los candidatos a disputar el trono que actualmente ostenta Messi en Europa. Hacía tiempo que no observaba tan ínfima calidad técnica.

Y desde la indiferencia que me provocaba las evoluciones del partido, casi puedo asegurar un análisis más objetivo que muchos medios afines blancos. Yo recuerdo ese Madrid, que hace años, muchos años, salía al Bernabeu a aplastar a su rival. Fue Valdano el que acuño la frase del “miedo escénico”, y fueron sus rivales los que sintieron aquello de que “noventa minutos en el Bernábeu son largos, muy largos”. Eran tiempos en que cualquier resultado en contra era remontable. Eran tiempos de acoso y derribo.

Ayer yo no vi. ese equipo. No vi a un equipo que después de tener casi al borde del precipicio a su rival , diera ese empujón necesario para despeñarlo. Al contrario y lejos de lo que hoy leo en las crónicas, vi. un equipo algo timorato, y que con el dos a cero en el marcador se refugió en su campo a la espera de una contra que sellará su camino hacia Munich. Y una vez allí refugiado ya no supo abandonar esa forma de juego. Después de los dos fogonazos iniciales, y cual descorche de una botella de cava, se acabó el impulso inicial y todo quedó en manos de los visitantes.

Después Mourinho en rueda de prensa, lejos de analizar lo que ocurrió, se dedicó a repasar su currículum, a hablar del calendario, a hablar de los héroes del Chelsea, a nombrar a Messi en casi más ocasiones que nombró a sus jugadores. Llegó incluso a decir que en su corazón sólo existen dos equipos, el inglés, y el Inter. Habló de su costilla blue, recordó su victoria en ese mismo campo ante los alemanes hace dos años. Recordó la eliminación azulgrana en manos del Inter de Milán. El Real Madrid, su equipo, casi pasó de puntillas en sus respuestas. Eso sí, aseguró su continuidad y se lanzó el reto de volver a intentarlo. La décima le espera.


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martes, 24 de abril de 2012

La historia se cobró su deuda.


Después de ver el partido, y después de ciento ochenta minutos de juego, casi me parece surrealista encontrarme ante un folio en blanco y tener que explicar los porqués de la eliminación de los azulgrana.

En una eliminatoria casi esperpéntica, me encuentro casi sin palabras para comentar lo sucedido. Podría hablar de estadísticas, y refugiarme en los números. Números que dicen que en ciento ochenta minutos de juego el Barça ha disparado a puerta en treinta y ocho ocasiones por tres de su rival. Podría hablar de ocasiones, que dicen que mi equipo ha tenido más de diez oportunidades muy claras de gol, por tres de su rival. Podría hablar de posesión, y comentar que ésta se ha repartido de forma desigual y casi apabullante a favor de los Messi y compañía.

Podría hablar de tantas cosas, y en cambio el folio en blanco me sigue dejando vacío y sin casi ideas que transmitir. No entiendo lo que ha pasado. No entiendo el desenlace de la eliminatoria. He visto un equipo infinitamente superior a otro. He visto a un equipo que ha dominado el juego hasta la extenuación. Un equipo que ha hecho del balón su máximo aliado. Un equipo que ha intentando de todas las formas posibles conseguir la clasificación. Un equipo que ha luchado por su objetivo.

Y el resultado final me ha dejado helado. Sin palabras. Sin capacidad de reacción. Sin capacidad de transmitir. Una decepción mayúscula me invade y sólo los años y la madurez de quien ya peina canas me impide llorar. Y es que después de ver y repasar, de observar y analizar, no acabo de entender que hago ante este folio en blanco explicando un sin sentido. Me acuerdo de mi niñez, y de aquella Liga de Uddo Latek perdida. Me acuerdo de tiempos pasados en los que la gloria nos estaba vetada. Me acuerdo de Quini y su secuestro. De Maradona y su lesión. De Schuster y Goicoechea. Del Metz, del Steaua, y hasta del Benfica y de su malditos postes. Me acuerdo de una época en la que la suerte y el azar siempre estaba en manos de otros.

Y a la vez, me acuerdo de Wembley. Recuerdo las Ligas de Tenerife. El penalty de Dukyc, y me viene a la cabeza el Iniestazo. Parecía que la suerte había cambiado, y que aquello que hasta entonces nos era tan esquivo, ahora nos sonreía. Pero no, la alegría no puede ser eterna, y el momento de pasar por caja le ha llegado a la afición culé.

Y es que parece que la historia se ha querido cobrar una deuda. Una deuda que dice que en muchas ocasiones el azar nos ha sido propicio, y que es hora de pagar por ello. Un azar que nos ha dado la espada, y que conjurándose ha decidido devolvernos golpe a golpe todas las alegrías que en un momento no dio.

No encuentro explicación a lo ocurrido. Sólo me vienen a la cabeza insultos y palabras malsonantes. A medida que transcurrían los minutos mi estado de ánimo pasaba de la esperanza al desasosiego. De la alegría a la angustia. De la ilusión a la decepción. Ni con el dos a cero he conseguido tranquilizarme. Algo me decía que esta eliminatoria tenía algo mágico a favor de los ingleses.

La tensión llegaba al máximo. Incapaz de ver el penalty ejecutado por nuestro diez. En cuclillas en el pasillo. De espalda a la televisión. Ansioso de escuchar gol. Gol que se fue al limbo. Gol que nunca llego.

Sentado al borde el sofá. Sentado en el suelo. A un palmo de la televisión. Minuto sesenta. No ocurre nada. Minuto setenta. No ocurre nada. Minuto ochenta. Otro poste. Y van..... Ya he perdido la cuenta. Minuto noventa, y el balón sigue en las bandas. Minutos de descuento, y Torres, siempre él, se escapa sólo hacia Valdés, y sé que va a ser gol. Es Torres, nueve goles le contemplan. Es nuestro verdugo habitual. Es la sentencia.
Y enfrente Valdés. Un portero que ha perdido su magia. Un guardameta solo ante el peligro. Y se acaba. Llega el final. El final de un sueño que empezó en Agosto. Un sueño del que no queríamos despertar.

Acaba el partido. “Me cago en la puta”.... “Mierda de deporte”........

Vuelven las imágenes del pasado. Lacatus, Urbano, Goicoechea, el secuestro de Quini, Tamudo... Qué bonito era cuando todo iba de cara. Qué bonito es todo cuando se gana. ¿Porqué nos tienen que pasar estas cosas?

Y escucho los gritos en el campo, y me animo. La afición responde a la desgracia. Se comporta como nunca antes lo había hecho. Y recibo un sms. Un sms que dice lo siguiente “Tornarem a patir, tornarem a lluitar i tornarem a vèncer (Volveremos a sufrir, volveremos a luchar, volveremos a vencer)". Eso es el fútbol, eso es el deporte. Eso es el Barça. Força Barça.


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Un añito en el infierno.


Hoy me voy a dar un particular homenaje. Homenaje que tiene que ver con el ascenso este último fin de semana de la Agrupación de Veteranos del F.C. Martinenc a la Primera División de la categoría. Ascenso consumado cinco jornadas antes de la finalización del campeonato y que certifica que nuestro paso por Segunda ha sido un paréntesis en nuestra trayectoria.

Se cumple con esta mi undécima temporada en el equipo. Comencé a jugar en él a la edad de treinta y cinco años, después de abandonar la  práctica del fútbol rozando la treintena. Fueron seis años lejos del balón, del esférico del verdad, del fútbol con mayúsculas. Seis años de fútbol sala, fútbol siete, Indoor, y cualquier otra de las modalidades conocidas. Incluso el mountain-bike llego a ser un objetivo.

La vuelta a los terrenos de juego fue dura. Mis piernas habían perdido la fuerza necesaria para golpear el balón en grandes desplazamientos y mi físico, a su vez, la frescura para carreras de más de diez metros. Fue el primer año de adaptación. Rivales duros y correosos, campos de tierra, y un pubis que a media temporada dijo basta. Pero el gusanillo había vuelto, y aquello no había quien lo parará, y así hasta hoy.

Once años al lado de jugadores míticos de la Tercera División catalana. Jugadores que llevaron al Martinenc a las más altas cotas de su historia, llegando incluso a estar cerca de disputar playoffs de ascenso a la Segunda División B. Jugadores de los que he aprendido, ya entrado en años y canas, que no kilos, cosas y detalles que en mi juventud no tuve oportunidad.

Puedo hablar de Basilio, eterno portero reconocido en cualquier campo de la geografía catalana, y que todavía el pasado año defendía los colores del R.C.D Espanyol en la Liga indoor de nuevo cuño. Águilas, “Lucho”, contundente defensa y eterno capitán del equipo. Julio Múñiz, una institución en la Tercera catalana, y al que sólo la mala suerte no le permitió llegar a más altas cotas. David Múñoz, centrocampista de clase exquisita que nada tiene que envidiar a actuales jugadores todavía en activo. Carlos Pastor, amigo y el principal causante de esta historia, su historia en el Martinenc se escribe con mayúsculas. Peris, delantero centro que desde la Damm llegó al equipo para hacerlo grande. Juan, zurdo exquisito que paseó su clase en Segunda B. Txiqui, fichaje contemporáneo que acribilló las porterías y dio un aire fresco a la delantera. Edel, no hay campo en el que no hayan sufrido sus goles… y tantos otros

Fueron jugadores de esa primera época en la que el equipo despuntaba y en el que se alcanzaron cotas de juego y títulos importantes. Campeones de Catalunya, y en una lucha fraticida con el Gavá, cada año se luchaba por el título barcelonés. Badalona, Sant Andreu, Cornellà, Castelldefels, Manresa, Igualada y otros históricos del fútbol catalán componen ese fútbol de élite veterano. Fueron años de campos de tierra, de polvo y sangre en las piernas

Pero los años pasan, y cómo!!. El naranja del suelo se volvió verde, y nuestras extremidades lo agradecieron. Pero esas piernas que después de acostumbrarse a carreras por la banda, y que desde la posición de interior derecho permitían grandes desplazamientos poco a poco han ido perdiendo su vigor. El equipo envejecía y lo que en un principio eran resultados contundentes se fueron ajustando. Las victorias dejaron sitio a los empates, y las derrotas empezaron a llegar. Ahora un cuarto lugar en la tabla, después un octavo, un décimo, la salvación en un último partido agónico, hasta que sin remisión en la última temporada el equipo consumó su descenso al “infierno” de la Segunda División.

Pero lo que significó una desilusión al instante se tornó en reto. Regresar a Primera era nuestro objetivo. El equipo se rejuveneció, y los Alberto, Simó, Juanjo, Germán, Carlitos, Xavi, Contreras, Fido, Granero, Joaquín, Sergi,, David … y tantos otros nos han devuelto allí donde nos merecemos. Veteranos y jóvenes han logrado conjugar un equipo sin fisuras y difícil de batir.

Ha sido un año duro, con rivales correosos que nos esperaban con la intensidad y ganas que supone imponerse al líder. Ha sido un año en la que los contrarios de siempre han dejado paso a otros desconocidos para nosotros. Vilafranca del Penedes, Gelida, Hostalets de Pierola, Viladecavalls, Molins de Rei, Capcentelles, Horta… y un largo etcétera nos han puesto a prueba. Ha sido una temporada en el que un codo a codo con el Prat, que en nada tiene que envidiar a los mantenidos por los dos grandes de nuestra Liga nos ha puesto al límite, y que a día de hoy, y con casi un mes de competición por delante ha certificado el ascenso de ambos. Dos puntos nos separan en la clasificación, dos empates reflejan la igualdad de nuestros duelos, y cinco jornadas por delante para dilucidar el campeón.

Ahora ese será nuestro objetivo, y la temporada que viene ya en Primera esperamos que las penurias de los últimos años desaparezcan. Desde aquí, gracias a todos por este nuevo año de fútbol y un recuerdo a Jordi Sánchez, al que no olvidamos. Este ascenso por lo que a mi respecta va a él dedicado. Espero que aunque no sea ya en el césped pueda estar presente en las celebraciones. Sigue siendo una más en este equipo!!!!

Os dejo algunas imágenes de este equipo a lo largo de los años. 



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lunes, 23 de abril de 2012

Sensaciones del clásico.

Dos días después de dar por finiquitada la Liga y de recibir mensajes de mis amigos merengues, quiero escribir estas líneas reflejando en ellas las sensaciones que me dejó este partido. Sensaciones que van más allá del análisis técnico y táctico de un encuentro. Sensaciones más cercanas al sentimiento.

Por un lado, la afición culé demostró que ha llegado a un cierto grado de maduración. Si hace cuatro años nos explican que el equipo pierde una Liga perdiendo ante el Real Madrid en el Camp Nou, con un juego más bien pobre, y con unas decisiones tácticas discutibles, probablemente hubiéramos imaginado un estadio al borde del incendio, con pitos y pañuelos por doquier, y la necesidad de romper con todo lo establecido y comenzar así con un nuevo proyecto. Nada de eso ocurrió. Al contrario, cuando el encuentro llegaba a su fin y los aficionados denotaron que sus jugadores habían quedado muy tocados por el segundo gol blanco, la grada en una reacción espontánea entonó gritos de ánimo y de orgullo por su condición de barcelonista. El “Som i Serem (Somos y seremos)” del mosaico inicial no fue únicamente un panfleto publicitario, sino que se hizo realidad en esos últimos diez minutos de partido.

Sabéis los que leéis con asiduidad mis artículos que los partidos en casa se viven con intensidad, y que la unión de tres generaciones nos hace disfrutar de cada uno de los encuentros. La unión de abuelo, padre e hijos delante del televisor ofreció el sábado diferentes formas de asumir la derrota.

Por un lado mi hijo, adolescente, rayando la mayoría de edad, representa esa generación que se ha acostumbrado a la victoria. No entiende de derrotas y las ve como algo ajeno a ellos. Vivió el partido con intensidad a la vez que angustia. No entendía el mal juego culé. No recordaba partidos así de los azulgrana. Y con el pitido final se recogió en un abatimiento y melancolía que aún le dura. Recordándome a mí en muchas ocasiones, fue finalizar el partido y quedar hundido en el sofá. Su estómago se cerró y como en tantas ocasiones le ha pasado al socio y aficionado culé, la cena quedó para mejor ocasión. Todavía hoy, con los ojos medio cerrados y recién abandonadas las sábanas, recordaba la derrota y se hacía cruces. Recordaba a Mourinho y su famosa rueda de prensa. “¿Por qué Papa?”

Al lado estaba mi hija, la del basket, la de Messi. La que no entiende ni sabe de tácticas, pero que resume los partidos en frases simples y gestos elocuentes. Lo empezó vivaracha, enfundada en su camiseta con la firma de su ídolo estampada. Pero fueron pasando los minutos y la sonrisa desaparecía. Partido impreciso, sin brillo. Messi ausente, Iniesta diluido, Xavi espeso, y mi hija a la media hora de juego lo resume en una sola frase. “Papa, me aburro”.

Y delante mi padre, que representa esa generación que se ha hartado de ver ganar al Madrid. Un Real Madrid que se les atraganta, y que a cada victoria les recuerda una época que desean olvidar. Una época en blanco y negro. Una época que creen ya pasada, y que con la vuelta de los blancos a lo más alto, les hace renegar de aquello que ven. Apenas se fijaba en el juego, apenas hacía caso de las evoluciones de los jugadores. Su punto de mira era el árbitro y hacía él iban todas sus críticas. Ya podías explicarle que el fuera de juego que precede al primer gol era muy difícil de ver, y que ni uno solo de los jugadores había protestado la acción. Para él la repetición de la jugada era clara, y la prueba definitiva de que los fantasmas del pasado estaban de regreso.

Aunque bien mirado, también es cierto que en este caso, no se aleja mucho mi progenitor de los análisis que hace Mourinho y su cuerpo técnico de cada derrota. No quiero ni imaginar que hubiera sucedido si la victoria azulgrana se hubiera producido a partir de un gol como el del alemán. No quiero pensar que hubiéramos tenido que leer y escuchar en los medios afines blancos, si la ligera sospecha de un fuera de juego hubiera volado sobre uno de los goles azulgrana.

En cambio la reacción culé fue exquisita. Ni una referencia al árbitro, ni una sola mención de la jugada. El equipo acabo el partido jugando a fútbol, y a pesar de la constatación de que un título se escapaba en ningún momento perdió los papeles. Las piernas de los jugadores blancos no debieron temer por esas reiteradas “idas de olla” que han hecho gala ellos mismos cada vez que un objetivo se les escapaba.

Y para acabar la rueda de prensa de Pep. El mejor entrenador del mundo. Un entrenador se ha de medir tanto por sus éxitos como por sus fracasos, y queda dignificado tanto en la victoria como en la derrota. Y ahí Guardiola demostró que también es el mejor. Felicito al rival por el partido y por una Liga que todavía no ha conseguido, y analizó el partido a partir del juego. Incluso se sintió responsable de algunas de las decisiones tomadas. Sólo así, viendo los fallos en los que se incurre se puede trabajar para mejorarlos. No recuerdo que en estos dos últimos años se haya visto un gesto así del técnico merengue. No recuerdo un análisis de su juego. No recuerdo una felicitación al ganador. Y mira que ha tenido oportunidades para hacerlo!!!


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domingo, 22 de abril de 2012

Siempre nos quedará Munich


Al igual que en la película Casablanca, Ric Blaire se despide de su amante Lisa Lord  con una de las frases más famosas de la historia del cine, “siempre nos quedará París”, el Barça se ha despedido de la actual de edición de la Liga después de que el Real Madrid le derrotará en el Camp Nou, hecho  que parecía un imposible desde que Guardiola ocupa el banquillo azulgrana

Fue el de ayer un Barça atípico. Un Barça reconocible en el campo, con su clásico juego de posición y toque de balón pero que ya desde el inicio ofrecía unas sensaciones muy diferentes a las habituales. Mediado el primer tiempo el equipo azulgrana presentaba unos guarismos por encima del setenta por ciento en el manejo del esférico, justo los mismos que se vieron en el clásico de la anterior temporada. Pero el partido y el juego no tenían nada que ver. Una salida del balón con menos calidad desde atrás y muchas imprecisiones en la media provocaban que las transiciones fueran lentas y muy poco precisas.

El juego de los locales requería de frescura y rapidez, y ninguno de esos dos condicionantes pudieron ofrecer. Parecía que allí donde el cerebro dictaba una orden las piernas tardaban un segundo de más en interpretarla, y de esta forma el parapeto defensivo que los blancos montaron delante de Casillas sufrió menos de lo previsto.

Los blancos, que de inicio parecía que salían a presionar arriba se encontraron con un gol inesperado en uno de los pocos fallos que se le pueden ver a Puyol en defensa. Con esa ventaja, olvidaron su planteamiento inicial, y sabiendo que el empate era un resultado óptima replegaron líneas con un único objetivo: tapar los pasillos interiores azulgrana. Esos pasillos por los que habitualmente se generan las mejores oportunidades de gol. Las bandas más libres eras de Alvés y Tello, aunque es cierto, que al joven canterano azulgrana se le tuvo algo desasistido en la primera media hora de juego, y la mayoría de los minutos transcurrían en la derecha, intentando buscarle las cosquillas a un cuestionado Cointreao, que esta vez hizo un partido muy meritorio.

Así, con un equipo preparado para atacar, y en uno de los contrasentidos que muchas veces ofrece este deporte, el Real Madrid realizó uno de los mejores partidos defensivos en el Camp Nou. Se olvidó del balón, de hecho hubo momentos en que su objetivo era sólo patearlo cuales jugadores de rugby, lo más lejos del área, y sin abandonar su dibujo esperar allí a los locales. El juego se tornaba monótono con una repetición de lentos ataques y despejes al cielo de Barcelona.

Y a pesar de ello, el Barça tuvo sus ocasiones, y claras , muy claras. Pero en una constante de este final de temporada parece que, al igual que ocurrió en Londres la semana pasada, cuesta muchísimo concretar y definir. Las ocasiones marradas por Xavi y Tello en un uno contra uno ante Casillas superaban en mucho las oportunidades de un Madrid, que exceptuando saques de esquina apenas había aparecido por las inmediaciones de Valdés. Pero sin goles no hay paraíso, y así el cero en el marcador persistía y la ansiedad aumentaba.

Hasta el gol del empate azulgrana vino precedido de un nuevo error en primera instancia en el que nuevamente Tello se plantó sólo ante Casillas. Después en una jugada embarullada, Aléxis consiguió el gol en forma de rebote y puso las tablas en el marcador. Tablas y veinte minutos para la esperanza.

Esperanza que Cristiano Ronaldo tardó poco en hacer pedazos. En la única aproximación que tuvieron los blancos hasta entonces, consiguieron romper la tripleta defensiva azulgrana y haciendo gala de esa pegada que ha marcado su temporada, el siete blanco batió a Valdés y puso el cierre a este Campeonato.

Los jugadores catalanes notaron el golpe anímico de ese gol, y a partir de ese momento casi desaparecieron del campo. A la ya de por si falta de ritmo que ofrecieron se sumó la losa moral de un tanto, que añadió plomo a sus piernas y enmudeció un campo que pocos minutos antes gritaba enfervorizado.

No fue este clásico el partido de Messi, ni de Iniesta, ni de Xavi, ni de Valdés, ni de Puyol. Nadie tuvo una tarde inspirada, y nadie parecía poder coger el mando de las operaciones de ataque e incomodar a la defensa blanca. Fue un clásico soso y aburrido en el que apenas se generó juego, y que no pasará a la historia por lo visto.  Sí lo hará por ser la primera vez que Mourinho vence en el Camp Nou, y por ser el partido en el que su equipo  ha conseguido romper con esa tradición de estos casi últimos cuatro años, en los que los azulgrana se han dado auténticos festines ante los blancos.

Ahora, perdido ya de forma definitiva el tren de la Liga, toca mirar sólo hacía delante, y al igual que Bogart en la famosa escena final de la película que sirve de introducción a este artículo, olvidar lo ocurrido, y pensar que en caso de victoria en las dos competiciones que quedan el triunfo blanco quedaría minimizado y la respuesta culé podría ser contundente: “siempre nos quedará Munich”. Ese debe ser ahora el objetivo. El martes tendremos la respuesta. 


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viernes, 20 de abril de 2012

Un miércoles cualquiera

Después de finalizados los partidos de ida de la actual de edición de la Champions, y una vez que los dos representantes de la Liga BBVA han cosechado sendas derrotas en sus respectivos duelos,  parece que una especie de tregua se ha establecido entre seguidores, aficiones y medios afines.

Y como si de un miércoles cualquiera de competición se tratará, la resonancia de ambas derrotas se aleja mucho del tratamiento que se le da al tropiezo del máximo rival. Y es que por mucho que, desde algunos sectores se quiere vender imparcialidad, y el deseo de una final entre los más grandes representantes de nuestra Liga, no engaño a nadie si digo que el sentimiento de la mayoría de seguidores de ambos equipos es el de la derrota del oponente. Derrotas que se celebran casi como un triunfo propio, y que sirven para afirmar la hegemonía de un equipo frente al otro.

Pude observar este miércoles, y la posterior jornada del jueves, como tanto las tertulias, como los análisis se hacían desde la prudencia. Y ese respeto se palpa en la calle. Desde el camarero madridista, David, que cada mañana me sirve el café con leche, y que me espera con sus puyas y bravuconadas ante cualquier síntoma de debilidad culé, hasta el más forofo seguidor culé que viendo la supremacía del equipo reparte y repite de memoria los éxitos de los últimos años. Cada uno de ellos da la callada por respuesta y espera. Se ha firmado un armisticio y las bravatas han de guardarse para futuros compromisos.

Y ahora llega el clásico marcado también con un ambiente de cautela. Los merengues han salido en estos tres últimos años muchas veces vapuleados contra los azulgranas. Cada enfrentamiento lo han vivido con la ilusión de poder romper la hegemonía catalana en sus duelos directos. Cada duelo era esperado como el definitivo, y cual golpe en la mesa, el que certificará el fin del reinado culé. Y cada duelo, la desilusión final era mayor. No repetiré aquí los resultados de estos tres últimos años. Parece claro que el Barça le tiene comida la moral a los blancos. Y de momento callan y esperan

Los culés, a su vez, tampoco se atreven a ir más allá. Sabemos que estamos por debajo en la clasificación y que sólo un único resultado es posible. Sabemos que aunque ganando, seguiremos a un punto, y que todavía dependeremos de las prestaciones blancas en las últimas cuatro jornadas ligueras. Y sabemos que, si hay algún equipo que pueda hacer daño, ese es el Real Madrid. Y a su vez, deseamos con todas nuestras fuerzas la victoria. Victoria que nos acerqué a ellos y les ponga presión. Que siga incrementando esta leyenda que hace tantos años que dura. Que ponga a Mourinho al pie de los caballos, y que le defenestre ya de forma definitiva. Y de momento callamos y esperamos.

Será importante el resultado del clásico para los partidos de vuelta de la próxima semana. No será lo mismo realizarlo desde la posición de ganador que de la de perdedor. Si los blancos salen indemnes de su visita al Camp Nou casi podrán certificar que el título de Liga es suyo, y afrontaran el partido sin urgencias. El objetivo de su temporada estará cumplido. Ahora, si no es así, la disputa de la final de Champions pasa a ser la máxima de las prioridades. Y ya sabemos como esta actuando el Madrid ante partidos en la que la presión es un factor determinante. Parece que les puede, y las revoluciones de sus acciones se disparan. El miedo a una temporada en blanco se instalará en el ambiente y Mourinho y su clan portugués verán peligrar su prestigio y posición.

Para los azulgrana, un resultado que no sea la victoria les apartará casi definitivamente del título, y hará que el partido contra el Chelsea se convierta en el más trascendente de la temporada. Con la final de la Copa del Rey en el horizonte y el equipo instalado en la final de Champions, una victoria blanca en Liga se vería como un mal menor. Y contra esta sensación lucha Pep estos días. Pide de forma vehemente que no se juzgue al equipo sólo por los resultados de esta última semana. Reclama que la credibilidad de este equipo va más allá de dos simples resultados. Pero sabe también como nadie que esta institución requiere títulos, y que sin ellos cualquier valoración será negativa.

Y llegará la vuelta, y con los condicionantes explicados, Barça y Madrid pueden estar en la final. O no. Y será entonces cuando a la vista de los resultados de estos tres partidos disputados la tregua finalice y el ataque desaforado se inicie. El próximo miércoles no será uno cualquiera y para una de las dos aficiones puede ser sangrante. Espero que el jueves, cuando entré a por mi desayuno, David esté detrás de la barra y tenga que servírmelo en silencio. Será la señal que los hados nos han sido propicios


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jueves, 19 de abril de 2012

Un guión según lo previsto.

Fue el partido de ayer en Standford Bridge casi una repetición de aquella semifinal ante el Inter de Milán de Mourinho. Los italianos se plantaron en el Camp Nou con una defensa de diez, y con un único objetivo: recibir el menor número de goles posibles.

Ahora, parece que aquella táctica del portugués ha creado escuela en los rivales azulgrana, y ya son muchas las ocasiones en esta temporada en las que el equipo se encuentra ante rivales que basan el partido en un sistema ultradefensivo, y en un contraataque veloz que les permita acercarse alguna vez al área de Valdés.  Para mí, seguidor culé, es casi un orgullo ver los planteamientos a los que se ha de enfrentar el equipo. Es indiferente si el Barça actúa como local o como visitante. Es indiferente el nivel o es status del rival al que se enfrenta el equipo. La estrategia siempre es la misma, y el respeto hacia el equipo hace que las confrontaciones de tú a tú hayan desaparecido cuando los catalanes saltan al campo..

Y así planteó el partido Di Mateo, que si alguna vez soñó con el desarrollo del partido, éste no debió de alejarse mucho de lo que ayer deparó el encuentro. Y es que con una efectividad del cien por cien, y con unas dosis de fortuna increíbles, casi parece imposible que hoy nos toque narrar una derrota azulgrana.

Derrota que visto el desarrollo del choque nadie hubiera imaginado. Sólo hace falta ver las estadísticas del partido y comprobar como los azulgranas, bombardearon la portería de Cesch, con la cifra estratosférica de veinticuatro disparos a portería. Mucho se ha hablado estos días del anterior partido culé en territorio londinense. Hemos visto hasta la saciedad las imágenes del mítico gol de Iniesta. Hemos observado una y otra vez la repetición de aquella celebración. Pues bien, en aquel mítico partido, esa fue la única ocasión clara del equipo. Noventa y tres minutos de sufrimiento para llegar al final del partido con un resultado apretado que se dilucidó con empate en el marcador. Así es el fútbol, y así hay que entenderlo.

En un pim-pam-pum de oportunidades, Aléxis, Cesc, otra vez Cesc, Messi, Adriano, Puyol, Pedro y Busquets tuvieron en sus botas y cabezas la oportunidad de batir claramente al portero checo. Una vez la mala suerte, que en forma de disparo a los palos desvió lo que parecía un gol cantado. Otra vez el acierto defensivo blue, que despejaba bajo palos un balón que se colaba. En ocasiones el guardameta local, que cual figura infranqueable parecía imbatible bajo palos, y daba un aire de seguridad impresionante. Ocasiones y ocasiones que hacían que la cuenta goleadora azulgrana permaneciera virgen. Y también hay que decirlo, el escaso acierto de los rematadores cués, que en dos rechaces y con todo a favor enviaron al limbo dos oportunidades que sólo requerían colocar el esférico entre los palos.

Esta siendo este un defecto del Barça esta temporada. Parece un contrasentido casi hablar de ello en un equipo que justamente esta temporada ha batido todos los registros realizadores desde que Pep está en el banquillo. Pero en ocasiones en las que sólo hace falta un gol para maquillar un resultado, los delanteros pecan de ansiedad, y si no está Messi para decidir parece que cuesta un mundo acertar entre los palos. Sólo que una de las múltiples oportunidades hubiera entrado la lectura que hoy se haría del partido sería diametralmente opuesta.

Pero si algo se ha ganado este equipo es la confianza en sus posibilidades. Sólo un equipo como este puede hacernos ver que una mínima diferencia en el marcador es asequible. El equipo se ha ganado por derecho a decidir la temporada en el Camp Nou, y ahora en dos duelos de alto nivel es el estadio azulgrana el que debe dictar sentencia.

Y esta confianza no es gratuita. La da la trayectoria de casi cuatro años de éxitos consecutivos. La da la imagen que ofrecen los jugadores en este último tramo de la temporada en la que la imbatibilidad es casi un hecho. Hasta ayer catorce victorias consecutivas y un empate era la tarjeta de presentación de estos dos últimos meses. Ahora, una vez derrotados, casi cabe alegrarse de que la derrota llegué en el único partido en el que ésta es posible. Y es que en este último tercio de la temporada, el equipo tiene prohibido fallar. No hay lugar para la derrota si se quiere repetir el anhelado triplete. Sólo uno de los partidos permitía un ligero tropiezo, y así ha sido.

Ahora toca llenar el estadio, toca animar hasta la extenuación, y toca sacar adelante dos partidos, que en caso de victoria dejará al equipo a las puertas de otra gesta histórica. Seguro que también Guardiola hubiera soñado a principios de temporada con un escenario en el que sea el Camp Nou el que marque sentencia. Yo no tengo apenas dudas: el Barça estará en la final. Sufriremos, sí, pero ¿alguien imaginaba que esto iba a ser fácil?
  
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miércoles, 18 de abril de 2012

Atrapados en un sueño

Hoy regresa el Barcelona a su particular “teatro de los sueños”. Al escenario en el que desde que en aquel fantástico e histórico minuto noventa, Iniesta conectó su disparo más importante desde que viste de azulgrana. El “Iniestazo” dio a luz, y a partir de aquí, los culés y el equipo vivimos instalados en un sueño del que no deseamos despertar.

En un arranque de nostalgia, y cual abuelete Cebolleta (los más veteranos me entenderán), recuerdo como si fuera ayer ese partido. Recuerdo que mi hijo y yo, acompañados de una amiga periquita, a la que intentamos unir a la causa sin éxito, quedamos para ver el encuentro en un pequeño bar. La estancia se encontraba abarrotada, y apenas había espacio por el que circular. Ambiente de gala, en una temporada que todos intuíamos histórica. Ambiente de confianza propiciado por la euforia de una campaña que se intuía gloriosa. Ambiente de “Copa, Lliga y Champions”, como nos recordaba machaconamente la particular versión del tema de Queen , "We will rock you", que tan acertadamente los guionistas de Crackovia supieron adaptar.

Y llegó Essien, y su certero disparo a la escuadra. Fue un partido extraño, con polémica, sin apenas control. Parecía que el segundo gol blue no tardaría en llegar. El ambiente del local decaía y poco a poco el silencio se adueñaba de la situación. El Barça, después de la expulsión de Abidal, parecía incapaz de generar peligro. Nervios, críticas, ánimos y demás expresiones se escapaban de cada una de las mesas.

Mi hijo no paraba quieto en la silla. Parecía a punto de reventar en los últimos cinco minutos. No aguantaba la tensión. Quería otra final, y lanzaba improperios hacia los jugadores a cada pérdida de balón. Yo por mi parte he de reconocer que viví aquel partido tranquilo, casi más como un espectador neutral que como un verdadero forofo. Y es que en ese primer año de Pep en el banquillo disfruté como nunca. El juego azulgrana me impresionó. El toque y la presión conjunta me hizó ver un fútbol que hasta entonces no había visto. Habíamos ganado casi todo, y el llegar a disputar todos los títulos, era para mí, la constatación de una gran temporada. La Champions, ese perenne sueño culé, era la guinda de un gran año.

Y supongo, que en mi subconsciente pensaba que nada pasaba si se quedaba eliminado. Seguro que tendríamos más oportunidades, y que acceder a todos los títulos en una temporada es casi utòpico. Y en eso, que llegó el momento cumbre del partido, el momento del centro del Alves, de la pifia de Eto’o en el control, de la de Essien en el despeje, el del balón que medio sin querer le llega a Messi, el pase de éste a Iniesta, y…….., la vorágine.

No me levante de la silla, alce los brazos, grité gol con todas mis fuerzas, y me quedé asustado de lo que vi. Cincuenta personas de pie, chillando, bailando, abrazadas. Mi hijo, que por aquel entonces rondaba los trece añitos había desaparecido de su silla. Estaba de pie encima de una mesa, sí, una mesa, gritando como un poseso, y botando. Las imágenes de la televisión, las carreras de Guardiola, los abrazos de los jugadores se entremezclaban con los besos, abrazos y saltos de cada uno de los allí presentes.

Yo seguía sentado en mi silla, observando e intentando ver el tiempo que faltaba para acabar el partido. Estábamos en el descuento. Y en aquel momento, toda la calma con la que había observado el partido, desapareció. Ahora que estaba tan cerca no se podía perder, ahora estábamos a un pasito de aspirar a un triplete nunca visto en nuestra historia. En ese momento mis nervios explotaron, y fui incapaz de seguir en el local. Me levanté y salí a la calle a respirar. Tres minutos por favor, tres minutos!!!.. Veía desde allí, el balcón de casa de mis padres y como la luz de la televisión alumbraba tenuemente a mi padre reflejando su silueta en los cristales. Y así vi como acababa el partido. La sombra de mi padre se levantó con los brazos en alto, y el griterío del bar me hizo llegar de forma clara el simbólico pitido final de un pitido arbitral que por supuesto no escuché.

En el camino de regreso a casa, en los cinco minutos a pie que dura el trayecto, la calle se hizo azulgrana. Los coches pitaban, la gente paseaba con sus bufandas en grupos con una sonrisa casi bobalicona en la boca. En algunos balcones las bocinas sonaban, y los petardos que indican que un sonado triunfo ha llegado empezaban a explotar. Mi hijo y yo paseábamos con la misma cara de bobos, supongo, que veíamos con aquellos que nos cruzábamos. Él estaba extasiado, y yo sólo hacía que recordarle que aquello no era normal. Qué lo disfrutará al máximo, ya que nunca hasta entonces habíamos vivido una situación parecida.

Ahora, tres temporadas más tarde, aquellos jugadores parecen empeñados en no darme la razón, y nos han dado ya la friolera de trece títulos. Trece títulos en una constante catarata de éxitos que parece no tener fin. Cuatro temporadas en las que el triunfo es una constante. Cuatro temporadas de juego brillante. Cuatro temporadas de juego, goles, copas, récords. Cuatro temporadas en las que el sueño de aquella noche sigue vigente.

Hoy toca nuevo partido en Stanford Bridge. Una nueva oportunidad para seguir soñado.
  
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lunes, 16 de abril de 2012

Semana de pasión


Superada ya hace unos días la Semana Santa, el calendario ofrece una semana cargada de emotividad e incertidumbre. Una semana que se inicia con la visita a Stantford Bridge para la disputa de la enésima semifinal de Champions ante el Chelsea. Semifinal que conmemora el cuarto aniversario de uno de los momentos culminantes de este equipo de leyenda. El aniversario del “Iniestazo”, que para muchos significa el inicio del gran sueño en el que se encuentra atrapado el barcelonismo.

Una semana, que finaliza con el clásico, y con la posibilidad de recortar a un punto las diferencias entre dos equipos, el blaugrana y el merengue, que hace muy pocas fechas tenían una distancia para muchos insalvable. Una semana que puede poner al equipo en la rampa de lanzamiento para la consecución de dos nuevos títulos a añadir a un palmarés estratosférico, o por el contrario, finiquitar sus aspiraciones a ello.

Y me gustaría reflexionar sobre este hecho. Estamos ante dos equipos de alto nivel. Los ingleses, después de la destitución de Villas Boas encadenan una racha con once partidos invictos, culminada ayer con una exhibición ante el Tottenham, al que apabullaron en las semifinales de la Cup con un contundente cinco a uno. Un equipo que ha recuperado su autoestima y en la que su vieja guardia constituida por los Terry, Lampard, Cesch y Drogba, ve en esta semifinal su oportunidad de reivindicarse y la última posibilidad de acceder a un título que les está vetado. Entre polémicas y situaciones inverosímiles, como la del penalty decisivo enviado a las nubes por Terry en aquella tanda fatídica ante el Manchester, da la sensación que esta competición le debe un título a este equipo. Esperemos que no se de el caso en esta semifinal

Y por otro lado, el Real Madrid, que llegará al Camp Nou con todas las luces de alarma encendida y con la oportunidad de poner fin a la dictadura que los azulgrana han ejercido durante tres años en la Liga BBVA. Un clásico en el que la no derrota de los blancos casi les hará acreedores de la competición, y en el que los catalanes sólo pueden optar a un resultado que les permita seguir soñando; la victoria. Y todo ello, ante un equipo, que este año, ha puesto sus miras en este objetivo como prioritario. Ante un equipo con mucho menor desgaste que el culé. Pero también ante un equipo, que parece que llega al partido decisivo instalado en un estado de nervios excesivo para encarar choques de este nivel, y que se tensiona en exceso ante partidos con resultado incierto. En el dominio inicial del marcador estará la clave del partido.

Y ante estos dos rivales, el equipo azulgrana se juega gran parte de sus éxitos de esta temporada. Una temporada marcada por un inicio demoledor en la que el equipo se hizo con todos los títulos menores. Una temporada marcada por un invierno titubeante en la que parecía que las fuerzas abandonaban al once culé, permitiendo a su máximo rival alcanzar una renta de puntos que parecía definitiva. Una temporada en el que la llegada de la primavera ha hecho florecer nuevamente la magia, y ha supuesto que a poco más de diez partidos para el final de todas las competiciones, el equipo siga vivo, pero que muy vivo en todas ellas.

Y ese es el verdadero éxito de este conjunto. Llegar a este punto del año con las posibilidades intactas. No hay equipo en Europa que puede compararse a los azulgranas. No lo hay en Inglaterra, donde los equipos de Manchester únicamente se disputan la Premier. No lo hay en Alemania, donde las posibilidades de título han quedado repartidas, y no hay ni posibilidades de doblete. No la hay en Italia, ya que ningún representante del antiguo poderoso “calcio” defiende su status ya en Europa. No lo hay en Francia, ni en Holanda ni en Grecia… No existe ahora mismo equipo que tenga en mano realizar “la temporada perfecta”.

Qué lejos quedan aquellos años en los que los aficionados culés llegábamos a estas fechas con las miras en un próximo año. Qué lejos quedan aquellas fechas en las que abril y mayo se tornaban intrascendentes, y los periódicos copaban sus portadas con fotos y nombres de posibles incorporaciones para la próxima temporada. Eran los años del “aquest any si (este año sí)”, que finalizaban con un lacónico “aquest any tampoc, (este año tampoco). Eran los años de la “gran depresión culé”.

Por eso, me gustaría valorar este hecho como único, y hacer ver, que tanto en el caso de victoria como de derrota, el equipo habrá realizado una temporada excepcional. Los títulos marcarán el adjetivo final, y el número de galardones elevará los epítetos a la expresión que se merezca. Lo que ya está claro, es que hoy por hoy, visto lo que este equipo ofrece, y vistas las expectativas de éxito que cada año nos da, ser aficionado azulgrana, no tiene precio.
  
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viernes, 13 de abril de 2012

Una odiosa comparación

En ocasiones el refranero o lenguaje popular nos da la oportunidad de acudir a él para extraer frases o expresiones que resumen en una única expresión una idea o concepto. Y hoy, ante la noticia surgida ayer en los medios según la cual, el actual técnico merengue, Jose Mourinho, ha decidido no realizar ningún tipo de declaración, y ausentarse de las ruedas de prensa de aquí al final de temporada, acudiré a él para rescatar aquella frase que dice que “la ocasión la pintan calva” para realizar una comparación entre él y su colega azulgrana Pep Guardiola.

Y la “pintan calva”, no por el hecho de la acuciante pérdida de cuero cabelludo del técnico culé desde que ocupa el banquillo azulgrana, sino por la posibilidad de poder comparar la actuación de uno y otro en dos situaciones exactamente iguales. Mismos parámetros, mismos condicionantes y……. reacciones diametralmente opuestas. Y me explico.

Se estaba desarrollando la primera de las temporadas de Pep como entrenador azulgrana. Era el año de su debut, era el año en el que la apuesta del ex-presidente Joan Laporta parecía que iba a salir triunfadora. El Barça arrasaba en la Liga, y lo hacía con un juego novedoso, preciosista y nunca visto hasta entonces. Eran los inicios del posteriormente llamado “tiki-taka”. No existía el Villarato, nadie hablaba de ciclos y casi nadie discutía la hegemonía culé esa temporada. Hegemonía que por otro lado daba doce puntos de diferencia en la clasificación entre los dos máximos rivales. Schuster, posteriormente defenestrado era el ocupante del banquillo blanco, y sus malas formas y declaraciones, a parte del juego exhibido por el equipo fueron una de las causas de su marcha. La espoleta fueron unas declaraciones en las que indicaba la imposibilidad de derrotar a los azulgranas. No había doble sentido en esas palabras, no había que buscarle otro significado que no fuera el de la imposibilidad de triunfar vista la diferencia de nivel existente entre los dos conjuntos. Precisamente, el teutón, ha tirado de ironía esta semana, argumentando no entender como Guardiola sigue en su puesto después de declarar de forma contundente una de las frases del año: “esta Liga no la vamos a ganar”.

Doce puntos de diferencia que tardaron poco más de tres semanas en esfumarse. En el único bache de esa temporada, excluyendo un titubeante inicio los blaugrana encadenaron una racha funesta de resultados que hizo que después de un empate ante el Betis, y derrotas ante, como no, Atlético de Madrid y Espanyol, el mullido colchón del liderato quedará en una simple esterilla de cuatro puntos. ¿Os suena la situación?

Cuatro puntos que daban alas a los merengues. Cuatro puntos con casi diez partidos por disputarse. Cuatro puntos y a la vista un choque que se tornaba trascendente: la visita al Santiago Bernabéu. El clásico iba a decidir esa Liga, y además el Barça debía hacerlo como visitante. Parece que esté describiendo la actual temporada pero al revés, ¿verdad?

La afición culé, que no sabía lo que le esperaba, y que nunca imaginábamos lo que nos iban a deparar los próximos años, hacía gala de su victimismo innato, y ya veía como aquello que parecía seguro estaba a punto de venirse abajo. Todavía recuerdo una portada de As, con Robinho y creo que Robben, posando con la mano alzada y los cuatro dedos al aire. El titular….”Yuuuhuuuuu, ya estamos aquiiiiií!

Y ante esa situación, ¿cuál fue la reacción del novel entonces, técnico azulgrana?. Pues Guardiola, que hasta la fecha había dado un soplo de aire fresco a las ruedas de prensa, que hasta la fecha se había mostrado humilde y cauto, que hasta el momento enarbolaba la bandera de la prudencia y que por momentos parecía que ni él creía lo que estaba sucediendo, se plantó hasta los periodistas y soltó una sola frase: “está Liga la vamos a ganar, que nadie lo ponga en duda”.

Y es que a veces las comparaciones son odiosas, y en este caso con unos precedentes tan claros más. Ahora es el Real Madrid el que se ve en esa situación de presión. Son los merengues los que han visto perder el grosor de su colchón. Son los blancos los que han de rendir visita al Camp Nou y jugarse el campeonato como visitantes. Y ante esa situación, idéntica, calcada, ¿cuál ha sido la reacción de su técnico?: desaparecer.

Un técnico al que muchos le han dado la vitola del mejor del mundo, de gran comunicador y de gran gestor de grupos. Un técnico que se atribuye a si mismo la aureola de campeón y que hace del “yo” su máxima expresión, decide que en un momento en el que la prensa y afición afines vive temerosa de perder aquello que tenía ya ganado, la mejor solución es abandonar la jerarquía que por status y sueldo le corresponde, y traspasar el papel a su segundo, Karanka.  Segundo que por mucho que lo intenta no consigue transmitir nada, tiene un discurso plano, y que puede que todavía no se haya planteado que será de él el día que Mourinho abandone el equipo. No veo equipo que pueda confiar en sus prestaciones después de la imagen de servilismo y títere dada durante estas temporadas.

El resultado de aquella historia de hace ya casi cuatro años casi no hace falta recordarlo. El Barça acudió al Bernabéu y espoleado por las circunstancia ofreció un recital, y dio un golpe sobre el tapete que hizo saltar por los aires todas las fichas. El contundente dos a seis de ese año substituyo al ya viejo y caduco cero a cinco de los años setenta. Un nuevo referente había nacido. Veremos ahora, si los paralelismos siguen, o por el contrario la historia toma un rumbo diferente a partir de  ahora.
  
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