La maldición del nueve

Desde que Guardiola está en el banquillo cada uno de los portadores de este mítico número han abandonado el equipo. Será capaz Aléxis de romper con esta maldición?

Cesc Fábregas. Punto Final?

Después de tres años con noticias repetitivas sobre su contratación, parece que al final este año se dan las condiciones para su vuelta

La profecía de Van Gaal

Hace un tiempo, Van Gaal, hizo una profecía, queréis saber cual es?

Mourinho, una táctica diferente

Mourinho se caracteriza por explotar al máximo el entorno que rodea la disputa de un partdo.

Cruyff, dos inicios. Una historia.

La llegada de Cruyff al Barcelona supuso una revolución, tanto en su etapa como jugador, como en la de entrenador.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Ladran Sancho, luego cabalgamos.

Qué difícil es ir por la vida con tranquilidad! Apenas nuestras acciones marcan huella y, como perros, no faltan adversarios que con fuertes ladridos tratan de persuadirnos de que nos detengamos. Cuando esto sucede, a manera de conjuro para contrarrestar la agresión, solemos repetir la frase atribuida al Quijote: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.

Independientemente del origen de la frase, que después de una breve investigación, me he dado cuenta de que no aparece en la obra de Miguel de Cervantes ni por el forro, me viene de perlas la etimología que ésta ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos para referirme a la actual situación que vive el equipo azulgrana a día de hoy.

Un equipo instalado en la duda, y al que ahora cómo voraces mastines, se encargan todos de atacar y acorralar en busca de un desprestigio más allá de los terrenos de juego, que es donde realmente el Barcelona se ha labrado su leyenda. El fichaje de Neymar, el fichaje más explicado de la historia del fútbol, el fichaje más investigado desde que empezó a rodar el balón allá por finales del siglo XIX, el fichaje más mediático de las últimas temporadas, ha provocada, desde que un socio en busca de no sé muy bien que, interpelará una demanda contra la actual directiva, la actuación más vertiginosa que yo recuerde de un aparato judicial, del que si por algo se caracteriza, es por la lentitud hasta la exasperación de todos sus trámites.

Y no seré el que pase a enjuiciar, al socio azulgrana, que ahora mismo ni recuerdo cómo se llama, ni tengo ganas de buscarlo en la nube digital. Ni sé los porqués de los males del contrato del brasileño. Ni sé si ha de pagar más o menos a Hacienda. Y la verdad, que ni me interesa. Ni me preocupa si la fiscalía o el juez han imputado a la institución en busca de todavía no sé qué defectos de forma, o malabarismos contables. No soy ni jurista, ni contable, ni empresario, ni pertenezco a ningún círculo profesional que me permitan dar un juicio de valor consistente. No soy diferente a la mayoría de los que estos días hablan y hablan, opinan y hacen ruido, maldicen y trasgiversan.

Pero en cambio, me encanta oírlos. Me encanta ver cómo se enervan, cómo alzan la voz, cómo claman por la justicia, cómo buscan el deterioro de una imagen, cómo intentan el hundimiento, cómo buscan el demérito. Y cuanto más gritan y más critican más disfruto. Ladren señores, ladren.

Nada de esto sucedería si el Barça, en lugar de estar instalado donde hoy está, vagara intrascendente en una competición anodina. Nada sucedería, si año tras año, un equipo al que se busca la fecha de caducidad se empeñará en demostrar al final de cada temporada que su lápida tendrá que esperar. Nada pasaría si  en estos últimos seis años nuestro currículum no fuera el que es, el cual no reproduciré por no alargar las líneas de este artículo de manera insulsa. No habría lugar al desprestigio y al demérito si en estas dos primeras décadas de este siglo, los azulgrana, tanto de forma colectiva como individual no se hubieran instalado en el trono mundial del planeta fútbol

Dejemos a la jauría ladrar, dejemos que se desfoguen, y mientras tanto, nosotros, sigamos paso a paso buscando aquello para lo que fuimos creados. Jugar al fútbol, y disfrutar con este deporte.


Decía Goehte, que “El perro, quisiera acompañarnos desde el establo; pero el eco de sus ladridos nos prueba que cabalgamos”. Y no dudéis que ahora, muchos de los que ladran hubieran dado lo que sea por acompañarnos en nuestra cabalgata hacía de éxito, o si más no, haber sido ellos los que la hubieran realizado.




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lunes, 24 de febrero de 2014

Una montaña rusa de sensaciones

Supongo que todos en alguna ocasión os habéis montado en una montaña rusa, y a su vez, experimentado el vaivén de sensaciones que, ahora arriba, ahora abajo,  producen los continuos cambios gravitatorios por los que se caracterizan este tipo de atracciones. A la placidez de la subida inicial, escuchando el traqueteo de las vagonetas, y el runrún del motor de arrastre, se une un cosquilleo en el estómago antes de la inminente bajada. La tranquilidad y el placer de un paisaje en el horizonte, dejará paso a la convulsión de un sinfín de bucles y maniobras, que hacen que a nuestro cerebro le sea difícil interpretar en que situación nos encontramos. A la euforia de observar la primera de las rampas, se le sucede el vértigo y la incertidumbre del que se enfrenta por primera vez a un trayecto vertiginoso y sin control. Arriba y abajo, euforia y vértigo, miedo y tensión se suceden sin apenas dar tiempo a la pausa entre cada una de estas sensaciones.

Y en eso estamos los culés, un día arriba, observándolo todo desde las alturas, Desde una posición de privilegio que nos permite observar a nuestros rivales desde la placidez del saber que todo está dominado. Líderes durante una sucesión récord de jornadas, pronosticaban un campeonato liguero sin apenas sobresaltos, esperando la llegada de las fuertes emociones que nos depararía la Champions. Y otros días abajo, en los que un revolcón por un giro inesperado, nos mete el miedo en el cuerpo, y hace que se tambaleen todos aquellos conceptos que apenas momentos atrás creíamos tan seguros.

Un día la euforia se instala en todos los medios y círculos culés, pensando que el equipo y su cuerpo técnico han dado con la tecla adecuada en la confección de un once de garantías, y una táctica de juego. Y al siguiente, unas rotaciones, que hasta el momento se habían constituido cómo la mejor de las apuestas, para garantizar llegar al tramo final de la temporada con todos los integrantes al máximo de su fuerzas, se convierten en un arma en contra a tenor del revolcón de nuestro último partido de Liga en Anoeta. Revolcón que se une a una fase ya general de desconcierto que hace que en este 2014 que apenas comienza el equipo se haya dejado por el camino la nada despreciable suma de diez puntos, y que en una hipotética Liga anual le colocaría en una tercera posición harto compartida, y alejado a una distancia casi insalvable de ocho puntos con el máximo rival, generando el vértigo usual que este tipo de situación nos provoca.

Hay momentos en el que el equipo es reconocible, y nos muestra su mejor versión apabullando al rival de turno. Pero hay otros en los que desaparece y muestra signos de debilidad que creíamos ya desterrados. Hay fases de la temporada en las que no hemos sentido imbatibles, y otros, como la actual, en la que parece que cualquier balón que ronda las inmediaciones de nuestra área es sinónimo de gol. Y si ese balón dibuja una estela en forma de centro, la sensación de vértigo se acrecienta, y ya casi es mejor cerrar los ojos a la espera del desenlace final de la jugada.

Aunque en mi opinión, un denominador común se extiende en cada una de las actuaciones del equipo, independientemente del resultado. Y es la falta de intensidad. Parecen los azulgrana todavía afectados por el rapapolvo alemán de finales de la temporada pasada, en las que un equipo fundido se las tuvo que ver con la mayor de las amenazas en esa fase del campeonato. No hará falta recordar aquí el resultado, pero parece, que en el subconsciente de cada uno de los integrantes de este plantel ha quedado grabado ese momento, y ya sea mediante la aplicación de la dosificación de esfuerzos en el once titular, ya sea mediante el ahorro de fuerzas en los mismos partidos, el equipo hoy por hoy no se encuentra del todo preparado para una confrontación física del máximo nivel.

Y así, con un equipo mucho más estirado de lo habitual, y con un centro del campo obligado a correr muchos más metros entre la separación que existe entre defensas y atacantes, los azulgrana sufren en cuanto el rival tiene el balón. Sufre en esa franja que oscila entre el treinta y treinta y cinco por ciento de porcentaje en la que hay que defender, en la que hay que presionar, en la que hay que ser solidario. Y parece que, proveyendo que lo mejor está por llegar, se rebaja el listón de exigencia en cada uno de los esfuerzos individuales. Se relajan las marcas, se rebaja el índice de presión, y se basa todo a los veinte o veinte cinco minutos en los que los jugadores se “ponen las pilas”, y deciden que ese es el momento del partido. Partidos de apenas media hora, diluyendo el resto en puro trámite.

Esperemos que el final de este trayecto de altos y bajos nos conduzca a un final, que al igual que en la famosa atracción, una vez puestos los pies en el suelo, y con la pausa de la parada, nos permita apreciar la realidad del momento, y que a pesar de los sinsabores sufridos, las sensaciones finales de emoción e incertidumbre nos dejen el recuerdo de que al a la postre, todo ha valido la pena.




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miércoles, 19 de febrero de 2014

Caminando en sentido contrario

Parece que casi, casi tenemos asegurado el pase a la siguiente fase de esta edición de la Champions. Parece que nuevamente, estaremos entre los mejores. Parece que por fin el equipo, después de los vaivenes de hace unas semanas ha establecido una línea de juego. Parece  que un “diez” tipo ya se ha implantado como el equipo titular que nos ha de llevar a un nuevo carrusel de conquistas (el undécimo integrante baila todavía entre las piernas de Pedro, Alexis y Neymar). Parece que el momento cumbre de la temporada, este año sí, llega con todos los integrantes a tope. Parece…

Y es que después de ver el partido de ayer, y leer y releer los comentarios de prensa especializada, queda la sensación que el Barça, se ha instalado en una rampa de lanzamiento y ha alcanzado una forma de juego óptima.  Y a mí, y todavía no sé muy bien la razón, sigue sin “ponerme” lo que veo. Y es que casi me da vergüenza llevar la contraria, ya que soy de los que piensa que si andando por una calle voy tropezando con lo que vienen de cara, el que está tomando el camino equivocada soy yo. ¿Me estará pasando lo mismo? ¿Me estaré volviendo demasiado exigente?

Transformar Messi el penalti después de encarar Demichelis el camino hacia los vestuarios, y pensar que el partido iba a convertirse en un acoso y derribo a la portería de Hart fue todo uno.  Y más después de constatar que los “blues”, olvidando las precauciones que hasta el momento habían tomado, intentaban adelantar sus líneas en busca de un gol que igualará la eliminatoria. Ahora sí, pensé, ahora con espacios la agarra Messi y adiós muy buenas City.

Y para mi sorpresa, los azulgrana pasaron más apuros en esa media hora final que en la hora precedente, en la que en un confrontación once para once, se definía un partido típico de cualquier equipo ante el nuestro.  
Esperaba que cualquier robo de balón diera lugar a pases verticales, a la búsqueda incansable de esas terroríficas arrancadas del diez argentino en busca de unos centrales que reculaban asustados a proteger a su portero. Esperaba más presión, más rapidez en la circulación de balón, más profundidad por ambas bandas, más ocasiones de gol.

Es cierto, que dispusimos de hasta cuatro o cinco, y que con una efectividad algo mayor tal vez algún otro tanto hubiera subido al marcador (que subió injustamente anulado), pero, me daba la sensación, que eran fruto de arranques puntuales de intensidad, y no de una constante del juego. La constante era otra, pasar el balón y no perderlo parecía la estrategia a definir. Pasar el balón en zonas insulsas del campo reteniendo en ocasiones las diagonales que tiraban un aislado Aléxis, y un por instantes desubicado Messi.

Y pasaban los minutos, y el marcador seguía bajo mínimos. Qué oportunidad estamos perdiendo, pensaba. Qué oportunidad de olvidarnos ya de esta eliminatoria. Acabemos hoy aquí, dejémosles sin aire para el regreso. Hagamos que piensen que la Champions ya es historia este año para ellos.  

Y mis nervios aumentaban cada vez que veía un pase atrás, o un pequeño rondo en el centro del campo. Ni la salida de Neymar me pareció que se imprimiera una marcha más al partido. Y se acercaba el minuto final, y sí, ganábamos, al igual que lo hacíamos en Anoeta no hace mucho. Y  marcó Alves. Y los brasileños bailaron en la banda. Y me relajé, y creí que ahora sí, que ya estaba hecho.  Y llegó el pitido final, justo en otro anodino rondo de toque y toque entre jugadores azulgrana.

Y nuevamente me entró esa sensación de que había presenciado un trabajo a medio hacer. Un trabajo satisfactorio, pero no excelente. Un trabajo que consigue un objetivo como un trámite más a cumplir.  Y después, he leído, he escuchado, he repasado las crónicas, y todo el mundo no puede estar equivocado, así que, probablemente allá cogido el sentido inverso de la calle y todo sea cuestión de volver al carril que corresponde. ¿Alguien más caminaba en mi misma dirección?




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jueves, 6 de febrero de 2014

Los mejores años de nuestra vida.

Sabía que iba a llegar este momento. Sabía que la depresión post-Guardiola sería un hecho. Sabía que la vorágine de títulos y emociones celebrados sin parar no hace mucho, haría que una cierta depresión nos invadiera cuando el carrusel de celebraciones tomará visos de normalidad. Sabía que lo que en su día marcaba la agenda de la semana, juega el Barça, dejaría paso a otras actividades que ocuparían ese lugar primordial.

Poco a poco, desde aquellos años locos, en los que encadenábamos partidazo tras partidazo, título tras título, locura tras locura, el equipo, sin un aliciente mayor al que agarrarse que supere aquello que ya logó, parece que se ha instalado en cierto acomodamiento, y cómo aquel que se levanta temprano cada mañana para acudir a un rutinario día de oficina, ahora, aquellos que nos deslumbraban, acometen su tarea de noventa minutos esperando que el tiempo transcurra entre anodino y placentero, para, salvo accidente, ir cumpliendo los expedientes que a día de hoy le mantiene vivo en todas las competiciones.

Pero algo se está perdiendo por el camino. Una ilusión que te pegaba delante del televisor, o en tu butaca en el estadio parece estar desapareciendo. Una ilusión, que independientemente de si eran las diez, las doce o las cuatro, hacía que en procesión acudiéramos al estadio, o a llenar los bares en busca de la última filigrana de Messi, del pase genial de Xavi, de la fantasía de Iniesta, de la bravura de Puyol, o de la elegancia de Piqué. Una ilusión por observar partido a partido noventa minutos diferentes. Noventa minutos que parecían veinte.

Y no quiero culpar a  los jugadores. Casi les entiendo. Y es que el reto cada tres días es el mismo. Un equipo cerrado nos espera, dos líneas muy juntas se instalan al borde del área rival. Un único punta, o en un alarde de valentía máxima, puede que hasta dos se descuelgan esperando el pelotazo que coja la espalda a nuestros adelantados, y a veces desesperados centrales. Y así partido a partido, los espectadores vemos el mismo espectáculo, con la única diferencia del color de la camiseta del equipo rival. A veces incluso cambia hasta la nuestra.

Y ahí están Pedro y Aléxis, cada uno a lo suyo intentando desbordar por banda. Ahí están Alba y Alves subiendo hasta la línea de fondo y poniendo centros a los que nadie llega. Ahí sigue Xavi, tocando, girando y buscando el pase más fácil sin encontrar el pasillo final. Y Messi, enjaulado, rodeado, obligado a buscarse la vida mucho más lejos de la zona en la que ha demostrado ser el mejor. Y Iniesta…., ¿dónde está Iniesta?

Vemos partidos de detalles.  Detalles que la calidad infinita de cada uno de los jugadores que forman el once azulgrana propician cada cierto tiempo. Vemos partidos de individualidades. Pero no vemos jugar al Barça. Hace ya algunos días que el equipo en sí está decayendo. Y las gradas, esas gradas que no hace mucho presentaban mosaicos dignos de la mejor foto, cada día presentan más color amarillo en su dibujo. Estarán contentos los patrocinadores del estadio, que pueden mostrar sus marcas incluso en los días de partido.

Ahora cualquier excusa en buena para no acudir al estadio. Un día hace frio, Otro es tarde, o incluso  muy tarde. O incluso puede que sea muy pronto. Hoy no juega Messi. Hoy jugamos contra el colista.  Cualquier excusa vale para quedarse en casa, y esperar el resumen del partido que muestre esos pequeños detalles que antes se sucedían desde el primer minuto de partido.


Ojala sea un ciclo pasajero, y la caída de biorritmos que solemos tener en los meses de enero y febrero, fruto de un calendario que apenas deja pausas sea la causa de este bajón. Quizás al oír las primeras notas del wagneriano himno de la Champions la energía regrese, y lo que hoy escribo, deje paso a una repetición de emociones, que a día de hoy me producen cierta nostalgia, y que sin ir más lejos, hace pocos días, me hizo acudir a mi baúl de los recuerdos, y rescatar de allí un DVD que escenificaba y resumía lo que fue la temporada perfecta, la temporada del sextete. Aunque el efecto fue contraproducente y observando cada una de las imágenes, y futbolísticamente hablando, no pude sacarme de encima al sensación de, parafraseando un sugerente título de una antigua serie de televisión, estar rememorando los mejores años de nuestra vida. 




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