Yo no he tenido la suerte de
poder disfrutar mucho de mis abuelos. De hecho, apenas guardo recuerdo de tres
de ellos. Mis abuelos maternos ya habían fallecido cuando yo nací, y de los
paternos, apenas me quedan imágenes de mi “yayo” andando apoyado a un bastón, y
pasando sus últimos años divagando entre sombras víctima de los achaques de un alzhéimer
voraz. Pero lo que si recuerdo de él con nitidez era ese afán por contar
historias. Historias de la guerra, la batalla del Ebro, los aviones
sobrevolando Barcelona, y de cómo tuvieron que ingeniárselas para subsistir.
Historias de mi padre, que cómo jugador del fútbol base azulgrana parecía
despuntar con posibilidades en una carrera truncada por una lesión. Historias
con un fondo de nostalgia. Ese sentimiento que según el filósofo Emil Michel se
considera parte de “la obsesión del ser
humano por superar su temporalidad y su finitud: el hombre no está satisfecho
de ser hombre e intenta volver a la Itaca de sus orígenes”.
Pensando en mi abuelo, ahora que
mis hijos se van haciendo mayores, el mayor ya ha alcanzado la mayoría de edad,
me voy preparando para mi próximo papel en la vida. A veces, medio en broma,
medio en serio, les hago saber que van a tener un serio problema conmigo, ya
que, cuando pueda disfrutar de mis nietos, me voy a comportar cómo el peor de
los abuelos posibles, con un objetivo claro: dar la tabarra y malcriar a las
criaturas todo lo que sea posible. Ya me toca ahora ejercer de educador, y por
tanto, será entonces, con más años y menos responsabilidades cuando me dediqué
a dar rienda suelta a cualquier capricho que estoy seguro mis nietecillos me
pedirán.
No sé si muchos os acordaréis del
mítico “abuelo Cebolleta”, creado por el dibujante Manuel Vázquez, cuando a
principios de los cincuenta creó la familia para el desaparecido DDT. Había
detrás de aquel abuelo con barba , bufanda, bastón y pie vendado, un intentó de
recordar hazañas pretéritas, refugiándose en un glorioso pasado. Yo estoy
seguro, que cuando me toque ese rasgo nostálgico me definirá.
Y contaré historias. Muchas
historias. Les hablaré a mis nietos de sus padres, de sus trastadas. De cómo su
padre era un estudiante más bien vaguete pero sobresaliente. De cómo despuntó
como portero en las categorías más modestas del fútbol regional catalán. O de cómo
su madre tenía un carácter de mil demonios que apenas podía contener. O de cómo
ese mismo carácter le hacía plantarse en una pista de basquet, y con apenas
metro sesenta encarar la canasta por muchas torres que se le pusieran por
delante. Y les hablaré del Barça, de
la actual generación de jugadores que tanto nos está haciendo disfrutar.
Les hablaré de un mago, que con
el ocho a la espalda, nunca se sabía si jugaba o bailaba. Les hablaré de un león
en la defensa, al que había que poner un par de razones para intentar superar.
Les hablaré de un dandy del centro del campo, que sin correr ni regatear fue
capaz de dominar ese territorio casi de forma dictatorial. Les recordaré que
teníamos una pantera en la portería, que parecía cansarse de tanto éxito y nos
abandonó. También les hablaré de un medio centro que planeaba como un cóndor
sobre el campo y que recogía cualquier balón que por allí se perdía. Y les
hablaré del mejor jugador de todos los tiempos, el que llevaba el diez, el que
marcaba partido sí partido también, el que decidía campeonatos, y coleccionaba
distinciones individuales de tal forma que empequeñeció cualquier otra figura
nunca vista.
Les pasaré vídeos, o cd’s, o
cualquiera que sea el dispositivo que entonces se utilice con las mejores
exhibiciones en blaugrana. Les enseñaré mi particular cinco a cero. O todavía
mejor, les enseñaré cómo en una tarde de gloria fuimos capaces de meter seis
goles en el Bernabeu. Les hablaré del sextete, de la magía del Camp Nou, de los
rondos, del tiqui-taca.
Les mostraré los mejores goles,
las mejores paradas, los partidos más importantes. Les compraré las camisetas
del momento, con el diez a la espalda, que vete tú a saber por aquel entonces
que diseño tendrán. Los llevaré al campo. Les compraré las chuches que quieran.
O una bandera, o una bufanda.
Les hablaré de lo que ahora
sentimos. De lo que este equipo ha representado para una generación que venía
de vivir en la derrota y en el pesimismo. En fin, en resumidas cuentas, al
igual que aquel abuelo del cómic, me convertiré en el típico arquetipo de aquel
que tiende a ponerse pesado por lo mucho que tiene que contar.
Sólo espero que no me suceda como
a él, al cual evitaba el resto de su familia, desde su yerno Rosendo a su nieto
Diógenes, pasando por el loro Jeremías. Espero que no me convierta en un
personaje sin auditorio. Y es que esta historia merece que haya multitud de oídos
que la escuchen.
¿Y vosotros? ¿Tenéis algo que explicar?. Os ánimo a que me dejéis un comentario con vuestros anhelos e ilusiones. Gracias.
¿Y vosotros? ¿Tenéis algo que explicar?. Os ánimo a que me dejéis un comentario con vuestros anhelos e ilusiones. Gracias.
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2 comentarios:
Preciosa la historia y muy bonita la forma de contarla,. Con todo el respeto voy a copiar el objetivo final y también me pienso convertir en un abuelo Cebolleta; eso sí, yo hablaré sin parar de otros jugadores y de otro equipo, de uno con otra mística tan romántica como la del Barca, menos triunfal, -sobre todo en estos tiempos-, pero de más valor por tener muchos menos apoyos y sobre todo por convivir en la misma ciudad con el equipo sumun agrupador de todos los poderes fácticos.
Saludos
Pues claro que sí!!!.. Cada uno explica e intenta transmitir aquello de lo que se siente orgulloso.
Un saludo, y gracias por leer y comentar el artículo.
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